COMPROMISO, LEALTAD Y FIDELIDAD

En política, ¿qué es más importante?

En política, como en la vida misma, hay tres palabras, tres conceptos, tres actitudes que  hemos de tener muy presente, y que son: compromiso, lealtad y fidelidad.

Una advertencia que hago porque, con el paso del tiempo, he podido constatar que, en las relaciones interpersonales, existe una tendencia generalizada a confundir estos tres conceptos o, cuando menos, dar por supuesto que implican una misma cosa, pero no es así. Conceptos que, aunque parecieran conformar un todo, pueden terminar por ser excluyentes.

Una vez hecha esta primera consideración, propongo realizar un pequeño alto en el camino y, por unos instantes, detenernos ante la definición que, sobre estas tres palabras, nos da el Diccionario de la Lengua Española (RAE), definiciones que nos ayudaran a comprender el objeto de reflexión propuesto en el presente ensayo.

  • Compromiso: “La obligación contraída”, “la palabra dada”.
  • Lealtad: “Cualidad del leal”.
  • Leal: “Que guarda a alguien o algo la debida fidelidad”, que es “fidedigno, verídico y fiel, en el trato o en el desempeño de un oficio o cargo”, dicho de una acción: propia de una persona fiel”.
  • Fidelidad: “Lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona”.
  • Fe: “Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo”, la “creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública”.

Aunque no es mi intención realizar un análisis en profundidad del significado e implicaciones que, desde una óptica social y política, van a tener estas palabras, lo que si haré es reflexionar acerca de cómo, el compromiso, la lealtad y la fidelidad, pueden influir en el marco de las relaciones interpersonales, en especial, las que solemos mantener con el equipo de personas que nos rodea, especialmente con nuestros más estrechos colaboradores.

Precisamente, en el ámbito de esas relaciones interpersonales, es donde hemos de poner en valor los conceptos de confianza, de fidelidad y de lealtad.

Y es que, como seres sociales, necesitamos interrelacionarnos. Va a ser en esa forma de interrelacionarnos la que, de un modo u otro, contribuirá al éxito o al fracaso de las acciones que vayamos a emprender, especialmente en el ámbito en el que he querido centrar este ensayo, en el ámbito de la política.

Estamos habitados a conformar equipos de trabajo, rodarnos de un equipo de colaboradores, de un grupo de personas que, aunque resulte obvio, esperamos que muestren cierto compromiso para con la causa que defendemos, para con las ideas, el trabajo y el proyecto en el que nos encontramos involucrados. Sin ese compromiso, poco podemos hacer. Hay veces que solicitamos de forma explícita ese compromiso pero, la mayoría de las veces, ese compromiso lo damos por supuesto.

Pero hay algo más. En ese dar un cierto compromiso por supuesto, también lo estamos haciendo para con la fidelidad y la lealtad que, en principio, también forman parte de una relación de colaboración mutua.

Pocas veces pensamos en ello pero, es justo en este “dar por supuesto”, donde quisiera centrar nuestra atención.

Es por eso que, como primera llamada de atención, he de decir que, aunque de un modo intuitivo, solemos tener una idea más o menos clara de lo que implica la palabra compromiso pero, al mismo tiempo, creo no resulta tan evidente la diferencia que existe entre los términos de  lealtad y de fidelidad.

Siendo esto así, lo que nos preguntamos es: ¿se puede ser fiel pero no mostrar lealtad?, ¿se puede ser leal pero no mostrar fidelidad?, ¿se pueden mostrar ambas cualidades a la vez?

A priori, ser leal implica ser fiel pero, no tengo tan claro que, ser fiel, implique necesariamente ser leal.

Se trata de dos conceptos que, de un modo u otro, tendemos a confundir, entendiendo que ambos son una misma cosa, pensando erróneamente que uno conlleva al otro, pero no es así.  Es justo aquí a donde quiero centrar mi llamada de atención. 

La palabra lealtad y la palabra fidelidad, están infravaloradas porque, lo que vienen a definir, es un mayor o menor grado de compromiso.

Esto es así porque, para que una persona nos sea leal, necesariamente, ésta nos ha de mostrar su fidelidad, de tal forma que, no puede haber lealtad si,  previamente, no hay fidelidad.

Es por eso que, la palabra lealtad, representa un mayor grado de compromiso que, al fin y al cabo, es lo que realmente hemos de requerir a nuestros colaboradores. Por este motivo, es importante no confundir estos conceptos.

Por tanto, ¿qué es más importante, que nuestros colaboradores sean files o leales?

Coincidirán con migo en que este interrogante se responde por sí solo. En pura lógica, lo que queremos es que las personas de las que nos rodeamos nos muestren cierta lealtad y fidelidad, entendiendo que, estamos hablando de una misma cosa, de la muestra más palpable de un compromiso de  pero, ¿esto es siempre así?

Mucho me temo que la respuesta es que no. Lamentablemente, no necesariamente una cosa lleva aparejada la otra. No es lo mismo que nuestros colaboradores nos sean files, a que nos sean leales.

Es por eso que, cuando vayamos a establecer una nueva relación de colaboración, debemos de analizar con profundidad el grado de fidelidad, pero especialmente el de lealtad. Un ejercicio que, por experiencia, diré que no resulta nada fácil de realizar.

Junto a cuestiones de carácter más técnico, formativo, de experiencia o de contar o no con ciertas habilidades, y más allá de requerirles cierto compromiso o fidelidad, lo que en verdad hemos de pedir a nuestros colaboradores, es que nos muestren lealtad.

Una petición que hemos de hacer a sabiendas que, tanto el concepto de compromiso, como el concepto de fidelidad, van a estar condicionados por otro concepto que, especialmente en política, se da con relativa frecuencia, que no es otro que el de la traición, de esa “falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener”. Un término íntimamente vinculado a la condición humana y, especialmente, ligado a la actividad política.

No quiero adentrarme en analizar la condición humana, pero lo que si afirmo es que, para el ser humano, siempre existirá algún motivo que le puede impulsar a cometer una traición. Siempre habrá una “excusa” u una “justificación”, “una causa” que lo pueda motivar a ello.

En este sentido, a mi juicio, la lealtad es precisamente el antídoto contra la traición porque, la experiencia me dice que, resulta mucho más fácil traicionar un compromiso o una fidelidad, que traicionar una lealtad.

La lealtad es el grado máximo del compromiso, es aquello que nos pude blindar frente a una posible traición. Es así porque, en una relación sustentada en un principio de lealtad, es mucho más difícil que pueda prosperar una traición.  

Esto se debe a que, cuando se forja una relación basada en la lealtad, consciente o inconscientemente, se establece una especie de statu quo, un estado de las cosas o de la situación que suele dificultar el impulso humano de una traición, mientras que el compromiso o la fidelidad es mucho más fácil de romper.

Casi siempre, los objetivos que justifican una traición, son más fáciles de asumir por parte del ser humano, por quién ejecuta esa acción de traicionar. Consciente o inconscientemente, siempre vamos a encontrar argumentos que “justifiquen” esa acción.

En cambio, los lazos que se establecen en una relación de lealtad, son más complicados de romper ya que, de plantearse una deslealtad o una traición, ésta suele generar un mayor conflicto mental y emocional, en la medida que esto implicaría romper con ese statu quo, basado en la lealtad, que podamos haber establecido.

En la historia, y en la literatura, podemos encontrar múltiples ejemplos sobre la importancia de mantener relaciones de lealtad. Quizás, el ejemplo más famoso,   es el de la deslealtad que desembocó en traición, la de Judas Iscariote, discípulo destacado de Jesús de Nazaret, que lo traiciona ante el Sanedrín a cambio de treinta monedas de plata. Una traición ya anticipada por el propio Jesús durante la celebración de la Santa Cena, en la que anunció que, lo traicionaría uno de los allí presentes.

En apariencia, todos los apóstoles compartían una causa común, todos habían dado muestra de su fidelidad pero, sólo uno, no era leal. De todos ellos, Judas Iscariote, fue precisamente quien le traicionó, quién no le era leal.  

Y es que, por lo general, la traición también está íntimamente ligado a un concepto de proximidad, es decir, que quien nos traiciona, casi siempre es  quien tenemos más cerca de nosotros. Suele ser la persona en la que hemos depositado una mayor confianza, sustentada en una relación de compromiso y de fidelidad.

Es por eso que debemos de tener bien presente que, las personas que tenemos más cerca de nosotros, aquellas que poseen una mayor información, las que conocen perfectamente cuáles son nuestros puntos débiles y fuertes, van a ser entre las que existe una mayor probabilidad de que nos puedan traicionar.

De hecho, casi nunca, la traición procede de entornos con los que no tenemos cierta proximidad, se da entre aquellos con a los que  hemos establecido una relación de íntima confianza, en entornos muy próximos a nosotros, de personas que, por lo general, su lealtad, la dábamos por supuesta.

Esto, lo que implica, es que nunca debemos de bajar la guardia. Siempre hemos de estar muy atentos para, con suficiente antelación, poder detectar posibles muestras de deslealtad entre nuestros colaboradores más próximos. Indicios que, por lo general, suelen venir camuflados entre excesivas muestras de compromiso o de fidelidad.

En el caso de encontrarnos con esta situación, mi recomendación es actuar de inmediato porque, cuando este “virus” se muestra en uno de nuestros colaboradores, difícilmente nos encontramos ante una situación reversible, terminando, en la mayor parte de los casos por traducirse en una traición.

Es por ello que, aunque en la memoria colectiva contamos con la figura de Judas Iscariote, que nos recuerda que una traición es siempre posible, hemos de ser capaces de poder dedicar el tiempo que sea necesario para analizar y conocer en profundidad a todas y cada una de las personas que integran nuestros equipos, especialmente aquellos que se encuentran en un entorno más próximo, con quienes mantenemos una relación más íntima de confianza y de colaboración porque, es justo en estos entornos donde va a surgir la traición que, en el ejercicio de la actividad política, suele ser mucho más habitual de lo que pudiéramos imaginar.

De alguna manera, tanto la fidelidad como la lealtad, son dos formas de mostrar compromiso, pero lo son en grado bien distinto.

Tras una infidelidad siempre cabe la posibilidad de una reconciliación, en cambio, ante una deslealtad, es muy difícil que se pueda revertir esta situación, es casi imposible.

Aunque siempre puede existir margen a la infidelidad, no solo hemos de ser capaces de rodeamos de colaboradores files y comprometidos, sino que hemos de procurar rodearnos de colaboradores leales, personas con las que seamos capaces de poder establecer una relación de lealtad de doble vía, con las que sellar una especial pacto de lealtad mutua, un statu quo, en el que no quede margen para la deslealtad. Por ese motivo, hemos de poner el foco en la lealtad de las personas.

De un modo u otro, la lealtad va a ser como el pegamento que nos ayudará a alcanzar nuestros objetivos. Si no contamos con colaboradores leales, difícilmente esos objetivos o metas podrán ser alcanzables porque, de lo contrario, la traición, siempre va a estar servida. Por eso, la lealtad es el antídoto de la traición.

Pero no nos engañemos, la lealtad hay que trabajarla. Y se ha de hacer desde el respeto y la complejidad que conllevan las relaciones humanas. Relaciones que han de sustentarse sobre dos pilares básicos, el del compromiso y el de la fidelidad, conceptos desde donde único podemos construir una sólida relación de lealtad. Un vínculo que nos permitirá establecer un statu quo que nos beneficie mutuamente y que haga de corta fuegos para quienes, desde una acción de deslealtad, pretendan desestabilizaros mediante una traición.

Esto no lleva a que, con cierta regularidad, tengamos que preguntarnos por la lealtad de nuestros colaboradores, trabajando el concepto de la lealtad a diario, sin olvidar que, entre quienes con más vehemencia nos dan muestra de su compromiso y fidelidad, es donde, muy posiblemente, se va a enmascarar el virus de la deslealtad.

Nos guste o no, debemos de ser conscientes que, especialmente en política, todos tenemos un precio ya que, en mayor o menor medida, a los seres humanos, se nos puede “manipular” y hasta “corromper”.

Es por eso que, al concepto de lealtad, le hemos de dar el valor y la importancia que le  corresponde. No la demos nunca por supuesta.

Hay que estar muy atentos porque, una deslealtad, casi nunca surge de forma espontánea. Por lo general, suele cocinarse a fuego lento.

Ante el más mínimo indicio de una deslealtad, hay que atajarla cuanto antes, como si de un tumor maligno se tratara. Hay que actuar con celeridad porque, de lo contrario, las consecuencias pueden ser irreparables.

¿Esto significa que hemos de ser “desconfiados” para con las personas que nos rodean? Sí, hay que serlo, especialmente, en el ámbito de  la actividad política.

No debemos de olvidar que, en política, no existen los amigos, y los enemigos asechan por cualquier lado, pueden tomar cualquier forma, especialmente la de ser uno de nuestro más íntimo colaborador. Por eso, siempre hemos de estar alerta.

Por tanto, no confundamos los conceptos de compromiso, fidelidad y lealtad. No demos por hecho que uno lleva al otro.

Procuremos rodearnos de colaboradores fieles y comprometidos, pero, exijámosle lealtad. Forjemos relaciones mutuas de lealtad y nunca la demos por supuesta.

Establezcamos un statu quo que sea beneficioso para ambos, un instrumento que nos proteja, una herramienta que opere como barrera de contención frente a una deslealtad y, por ende, a una traición.

Tanto en política como en la vida misma, reivindiquemos el valor de la lealtad.

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