He querido detenerme a reflexionar sobre un artículo que vi publicado en periódico El País (España) hace algunos meses, el 8 de septiembre de 2014, bajo el título «¿El último Dalái Lama?», un artículo de Macarena Vidal Liy, publicado el (http://bit.ly/1rf0WRZ).
Me viene a la memoria este artículo precisamente en estos momentos porque, tras ver lo que está ocurriendo en nuestro entorno, especialmente en el ámbito político (dimisiones, imputaciones, nuevos liderazgos o campañas electorales en donde nada parece previsible), creo que resulta interesante volver a leer este artículo. Puede ser este un buen momento y, por eso, les invito a que saquéis vuestras propias conclusiones.
Aparentemente no se trata de una noticia que tenga mucho que ver con la consultoria, el marketing o la comunicación política pero, si realizamos un ejercicio de comprensión que vaya un poco más allá de la noticia en sí, seguramente coincidiréis con migo en que si que tiene mucho que ver.
Ante tanta noticia de corrupción, de falta de buen gobierno, de medidas anticorrupción o del establecimiento de un mínimo de ética en la gestión de los asuntos públicos, conocer decisiones como la que nos muestra este artículo, nos hace albergar cierta esperanza. De una forma u otra, confío en que, con gestos como este, finalmente se van a poder hacer las cosas de otra manera.
Nos contaba Macarena en su artículo que el Dalái Lama, y premio Nobel de La Paz, se está planteando no tener sucesor. Una decisión que rompe con una tradición de más de 500 años de antigüedad y que, de una forma u otra, se nos presenta como un verdadero ejemplo a seguir por quienes, especialmente, se dedican a la vida pública.
Ya ocurrió con la sucesión en la más alta instancia de la iglesia católica, el Papa, algo que pasado cierto tiempo nos ha parecido un acontecimiento lógico y normal, a pesar de haber tardado muchos siglos para ver un cambio de tal trascendencia.
Ahora se trata de otro cambio y de otra decisión que tampoco no nos ha de dejar indiferentes. No hablo ya de la necesidad de que nuestros políticos solo tengan que asumir esta decisión solo cuando tienen que hacer frente a ciertas responsabilidades inherentes a una supuesta mala práctica política o de gestión, sino que debiera ser algo normal y que forma parte intrínseca de su propia actividad como gestores públicos porque, mire como se mire, tiene que ser normal dar ese paso de retirada, dejar el espacio libre y, con ello, cambiar ese concepto tan arraigado de permanencia en el cargo a toda costa, pensando que somos imprescindibles.
Por ello, la decisión del Papa o, en este caso, la del Dalái Lama, me hace pensar que se trata de una lección que, con independencia del ámbito en el que nos movamos, debiéramos de tomarla como ejemplo a seguir, integrándola como una etapa en nuestra vida que debemos de asumir con total normalidad.
Tenemos que tomar consciencia de la temporalidad de las cosas y de nuestro momento presente. Y lo hemos de hacer, no solo quienes asesoramos a políticos e instituciones, sino también, especialmente lo han de hacer nuestros clientes: Sí, nuestros clientes, personas de carne y hueso que, por circunstancias de la vida, se dedican a la actividad política de una forma activa. Seres humanos que, tarde o temprano, deben de ver esta retirada de primera línea como un proceso natural de su actividad y de la vida misma, sin que ello no signifique dejar de seguir aportando su sabiduría y conocimientos desde otro ámbito personal y profesional.
Hemos de entender que, en una sociedad como la que nos ha tocado vivir, tenemos que replantearnos desterrar esa obsesión que ha existido desde siempre de querer perpetuarnos en el poder. Aunque nos cueste hemos de convencernos que, en el caso que nos ocupa, bien sea como asesores, consultores o como políticos, nuestro paso por la política y por la vida pública, ha de ser temporal, debiendo de tener siempre una fecha de entrada y otra de salida. Es algo que nunca se nos ha de olvidar, que debemos de tener muy presente y, por tanto, igual que planificamos nuestra entrada en política, hemos de planificar nuestra salida. Debe de ser este un proceso natural.
Aunque nos cueste asumirlo, hoy estamos aquí para hacer solo el pequeño tramo de historia que nos ha tocado vivir y sólo eso. Por ello, hemos de retirarnos a tiempo, igual que lo está valorando el Dalái Lama, no solo jubilarse y dar paso a un nuevo sucesor, sino ir un poco más allá, no reencarnarse, no dejar sucesor alguno. Un pequeño matiz interesante de analizar y que, en nuestro caso, como consultores políticos, debemos de meditar si ese paso ha de ser tan drástico, e ir más allá de querer retirarnos pero dejando un sucesor. Es por ello que, una decisión tan drástica resulta mucho más interesante de tal manera que al final, dejamos de lado esa idea de perpetuidad, aunque nosotros ya no estemos.
Porque esa obsesión por perpetuarnos en el poder
¿Por qué esa obsesión de permanencia?, ¿por qué aferrarnos al poder? Igual les parecerá que soy un poco ingenuo planteando estas cuestiones, pero creo que sería conveniente que reflexionáramos sobre ello. Es un hecho indiscutible que nuestras sociedades están cambiando, las democracias ya no son las que eran hace años atrás, los cauces de relación entre ciudadanos y gobernantes empiezan a seguir pautas diferentes. Todo ello hace que, lejos de aferrarnos a la vieja idea de permanencia, debiéramos replantearnos el querer perpetuarnos en el poder (político, religioso, familiar, etc.) más allá de nuestra propia existencia.
Asesores, consultores y quienes ocupan cargos públicos, debiéramos de dar una mayor ligereza al cargo y al trabajo que desarrollamos. No se trata de hacer una dejación de nuestra responsabilidad, todo lo contrario, lo que debiéramos de ser es más conscientes de nuestro papel en el aquí y ahora.
Nuestra verdadera motivación ha de ser la del servicio público hacia los demás, pero bajo un criterio de temporalidad porque, en esta vida, aunque a veces nos olvidemos de ello, estamos de paso.
Por eso, esta noticia que me ha llevado a hacer esta reflexión, puede resultar sorprendente e incluso podemos pensar que se trata de una cuestión intrascendente, pero, en verdad, creo que nos debe de hacernos reflexionar.
Si el Dalái Lama decide finalmente tomar esta decisión, quizás sea este el mejor legado que nos puede dejar. Con el gesto de no querer reencarnarse, elemento fundamental en el budismo, nos está transmitiendo un valioso mensaje. Nos transmite el sentido de la responsabilidad, el sentido de ser, cada uno de nosotros, los únicos y verdaderos responsables de nuestro destino, tanto en esta vida como en vidas futuras.
Al fin y al cabo, da igual que seamos budistas o no, nos identifiquemos con cualquier otra religión o filosofía de vida. Lo importante es que debemos de ser nosotros mismos los que seamos capaces de marcar nuestra propia hoja de ruta vital, siendo plenamente conscientes del momento en el que nos encontramos, dejando atrás esa obsesión de querer perpetuarnos en el poder a toda costa.
Tenemos que encontrar el camino que nos lleve a alcanzar el conocimiento, dejando atrás necesidades y deseos inútiles para, finalmente, cada uno de nosotros, en nuestro propio entorno, lograr obtener esa cosa que los budistas llaman “estado de perfección suprema” o “estado de iluminación”. Da igual como lo llamemos, el caso es que debemos encontrar eso que da sentido a nuestra propia existencia y que he de ser el vehículo que nos guía en nuestra actividad diaria, ya sea como seres humanos, políticos, consultores o gestores públicos.
No digo que con nuestro trabajo pretendamos «alcanzar la iluminación», aunque algunos crean que es esta «su misión» en política, pero sí que hemos de ser conscientes de la temporalidad en el desempeño de nuestro cometido, bien sea como político, como asesor o como consultor político.







