
Nadie puede negar que vivimos tiempos complejos en donde los cambios se suceden sin casi darnos cuenta y si existe un lugar done esos cambios son realmente significativos es en el ámbito de la política.
Los acontecimientos se suceden con tal rapidez que casi no nos da tiempo de asimilarlos pero, al mismo tiempo, tenemos la sensación que tal sucesión de cambios nos llevan a un mismo lugar, allí donde todo sigue siendo igual. Y en ello mucho tiene que ver la clase política que, en muchos casos, nos ha tocado padecer.
Hace aproximadamente un mes que pensaba publicar este artículo de reflexión pero, por un motivo u otro, incluso estando redactado, no llegue a publicarlo. Quizás he necesitado ausentarme durante todo este tiempo de España para, a mi regreso, darme cuenta que, visto lo visto en los acontecimientos derivados en la política nacional tras las dos últimas convocatorias electorales, creo que esta reflexión tiene más sentido que nunca.
Y es que, en apariencia, tanto desde los propios partidos políticos como de sus dirigentes, pareciera que existe una intención deliberada de presentarnos propuestas de cambio que, en verdad, resultan ser una especie de espejismo. Como si en un baile de disfraces se tratara, con sus palabras, propuestas y mensajes, nos invitan danzar a su ritmo para que, una vez finalizada la melodía, una vez se ha contabilizado el último voto de la última votación, volviéramos a sentarnos en la misma silla en la que estábamos antes de comenzar nuestro baile y viéramos que, nadie ha cambiado de silla, todos permanecemos como un inicio pero, eso sí, más cansados y desorientados. Al final, pareciera que en la política actual, todo se mueve para intentar mantener al ciudadano ocupado, sin pensar demasiado, sin tiempo para tomar una actitud crítica frente a la vida y que, al final de este juego perverso, todo permanezca igual.

Hago esta reflexión porque, la política, al fin y al cabo, no deja de ser más que el arte del poder y para quienes lo ocupan signan sin moverse de donde están, hay que mantener a la sociedad ocupada con este baile de la silla que, a fin de cuentas se remonta a tiempos inmemorables.
Por eso decimos que esto siempre ha ocurrido y seguirá ocurriendo pero, en los últimos años y especialmente en los momentos que corren, asistimos a una más que evidente deterioro del ejercicio de la política porque, más allá de los casos de corrupción que lo han invadido todo de la creciente desafección de los ciudadanos hacia la política y a los políticos en particular, parece que la política ha dejado de escribirse en MAYÚSCULAS.
Asistimos a una nueva etapa en la que bien podríamos decir que, la palabra política, la tenemos que escribir en MINÚSCULAS. Y ejemplo de ello ha sido el resultado final de las dos últimas contiendas electorales vividas en España.
Una sensación que pasa por asistir a un momento que pasa por exaltación de la mediocridad frente a la excelencia, por querer, desde la política, querer gestionar la mediocridad frente a la gestión de la excelencia. Y es que asistimos a ese baile de sillas ya mencionado porque, da igual lo que el ciudadano ha terminado por votar porque, el resultado final, pasa por mantenerse ocupar el poder a toda costa y no tomar decisiones pensando en el interés general sino el del propio político y el de su partido.
Una vez más, está ocurriendo lo de siempre y parece que poco nos importa. Da igual lo que se haya prometido, da igual los votos que se hayan obtenido, al final, sólo es necesaria la pequeña y sutil legitimación que te dan las urnas para iniciar una carrera suicida que permita alcanzar una mínima cuota de poder.
Durante años nos han hecho pensar lo contrario. Es como si nos hubieran tenido ocupados en pensar en que debíamos de buscar la excelencia por encima de todo mientas, que quienes han controlado y siguen controlando el poder, lo que en verdad pretendían era que la mediocridad de nuestras sociedades fuera una máxima, especialmente entre nuestros políticos, precisamente esos a los que hay que votar para que todo siga igual.

Como todo en la vida hay excepciones. No todos los políticos ni toda la sociedad es así, pero después de analizar lo que ha ocurrido en los últimos meses en un país como España, con la guerra de pactos y acuerdos de gobierno, muy a pesar nuestro, creo que esta es la tónica general. La mediocridad se ha instalado entre nosotros, entre los políticos, y salvo que ocurra algo que lo impida, parece que ha venido para quedarse por un largo periodo de tiempo.
Aunque muchos de nosotros seguimos abogando por primar la excelencia frente a la mediocridad, vemos como en nuestro trabajo y entre los clientes que asesoramos, nos chocamos con el muro de la mediocridad. Un muro cada vez más infranqueable porque ya no vale construir mensajes que apelen directamente a la razón, que fomenten el espíritu crítico del ciudadano. Por eso, si queremos ganar votos o afectos, hemos de trabajar la mediocridad como instrumento de comunicación política.
La mediocridad se sustenta en sentimientos muy básicos, en consonancia con las emociones, con un discurso fácil y con «la mentira» como pilar básico de su existencia. Esto no es nuevo, en otros momentos de nuestra historia nos ha tocado vivirlo pero, hoy por hoy, empieza a sr algo realmente preocupante.
Es por ello que, en nuestro caso, quienes trabajamos directamente con distintos dirigentes políticos, hemos visto como nuestro trabajo, casi exclusivamente, ha vendo enfocado a impactar solo en las emociones, con lo que, el resultado final es que, hemos contribuido a alimentar la mediocridad y, por consiguiente, hacer que los políticos y las propuestas mediocres tengan un mayor impacto en la sociedad.
Es como si, al mismo tiempo que damos un paso hacia delante para intentar que las propuestas que mejor se ajustan al bien común se habrán hueco en el ruido mediático en el que estamos instalados, diéramos tres pasos hacia atrás para que al final, no pase nada, todo siga funcionando y que, al final, sea la mediocridad la que termine por imponerse.
Como ejemplo de ello me remito a una cosa. Cualquiera que conozca el funcionamiento de los partidos políticos, ya sea en España o en cualquier otro país de nuestro entorno, sabe lo difícil que resulta elaborar una lista electoral que, más allá de los concebidos compromisos o prebendas políticas, de quienes, en su día, van a estar al frente de nuestras instituciones y serán los que gestionen nuestros recursos.
Pues bien, les invito a hacer un ejercicio. Les invito a que analicemos todas y cada una de las candidaturas que se has presentado en estas elecciones en España y veamos quién es quién y si en ellas y ellos, pesa más su vocación por exaltar y ejercer la excelencia o, más bien, se encuentran instalados en la mediocridad. Igual nos llevamos más de una sorpresa.

Si esto es así, ¿por qué todo sigue igual?, ¿por qué los ciudadanos no son mucho más exigentes con sus políticos?, ¿por qué se dejan embaucar por líderes cada vez más populistas, más mediocres? ¿Quizás sea porque, al final, somos igual que ellos?
Mucho me temo que nos hemos instalado en el corto plazo y eso no ha hecho más que alimentar la mediocridad, terminado por traducirse en un voto cuyo resultado final y sus consecuencias, no vienen a ser otra cosa que un fiel reflejo de la sociedad del momento.
No sé cuánto va a durar esta situación pero lo cierto es que, si nos centramos en España y en los resultados de estas últimas elecciones, especialmente lo que ha ocurrido con la consecución de distintos acuerdos de gobierno, la situación empieza a ser realmente preocupante o, cuando menos, decepcionante.
Hemos visto como no existe un mínimo de decoro, un pequeño atisbo de vergüenza o dignidad entre nuestra clase política. Vemos como la ética en la vida política ha pasado a ocupar un segundo plano, si es que en algún momento ocupó algún lugar destacado en el ejercicio dela política. La búsqueda de la verdad ha dejado de ser un fin en sí mismo para pasar a ser un estorbo o un término incomodo que hay que saber gestionar.
Con todos mis respetos, e insisto, salvo ciertas excepciones, es como si hubiéramos elegido a unos políticos con un serio trastorno de bipolar. Son tan evidentes sus mentiras y que, no sólo siguen sin reconocerlas, sino que una mentira sucede a la otra y cada vez es mayor que la anterior. Es como si vivieran distintas realidades paralelas que el ciudadano termina por creer.
Da igual lo que se haya dicho o prometido a la ciudadanía en periodo electoral porque, una vez que se tiene el voto, este no se utiliza para buscar el bien común, pareciera que se quisiera usar para el beneficio propio. Por eso, en los tiempos que corren, como el ciudadano se ha instalado en la mediocridad y todo parece darle igual, cualquier excusa o argumento es válido si eso permite alcanzar el poder porque, como antes recordábamos, la política no es más que el arte de ostentar el poder.
Es justo esto lo que más me inquieta, que no pase nada, que los ciudadanos, tras depositar nuestro voto, no nos cuestionemos lo que está ocurriendo, que vivamos ni un constante mercadeo político y que no seamos más exigentes con los políticos que hemos elegido.
Y es que, lo más preocupante es que se avecinan momentos muy complicados. Una supuesta crisis económica de la que ya muchos empiezan a hablar, posibles conflictos bélicos, restricciones comerciales, nuevos efectos del cambio climático o lo que supondrá la implantación de 5G, y mientras, nosotros instalados en la mediocridad.

Para hacer frente a todas estas incertidumbres, nuestras sociedades necesitan contar con los mejores al frente de los gobiernos e instituciones y, como resultado de esa mediocridad generalizada en la clase política, por suerte o por desgracia, creo que no los tenemos.
Contamos con políticos ansiosos de poder, de poder contar un despacho, de coche oficial y todos los beneficios que lleva asociado un cargo público. Da igual que sea un político conservador, de izquierdas, de centro, liberal, de ultra derecha o de ultra izquierda. Todos parecen ser lo mismo y justo eso lo verdaderamente preocupante. Políticos que en su mayoría piensan tan solo en el corto plazo y no en intentar trascender con su gestión más allá de los pocos años que, con suerte, van a estar en el poder. Políticos que no miran por la excelencia y que prefieren seguir instalados en la mediocridad porque, hoy por hoy, es lo que más les conviene para poder preservar su estatus.
Resulta extraño que haga este tipo de reflexiones. Pareciera como si quisiera tirarme piedras sobre mi propio tejado, cuestionando a los que en teoría pueden ser mis clientes (los políticos) pero, si queremos avanzar y transformar de verdad nuestras sociedades, por lago hemos de empezar. Y eso pasa por ser más autocríticos y hacerlo von uno mismo, porque hay que reconocer que, hasta cierto punto, nos hemos dejado llevar, propiciando esta realidad. Tenemos que ser más exigentes con nuestros clientes pero especialmente, con nosotros mismos.
Reconozco que, por momentos, en las últimas campañas electorales en las que he participado, por momentos, he sucumbido a cierto grado de mediocridad y me niego a volver a repetirlo. Esta gran ola, este gran tsunami ha arrasado en todas nuestras campañas electorales pero, a pesar de todo, hemos sobrevivido, de recibir multitud de heridas fruto de la ambición y mediocridad de los contrincantes políticos e, incluso, de sectores bastantes allegados a nuestros candidatos, generando secuelas que probablemente, tardarán un tiempo en desaparecer. Quizás sea este artículo una de esas secuelas de campaña.
En cualquier caso, pese a la decepción del primer momento, tomar conciencia de esta situación, nos ha de animar a seguir adelante, a continuar luchando contra los molinos de mediocridad porque, al final y al cabo, necesitamos políticos que, cuando lleguen los momentos difíciles, sepan sacarnos del atolladero. Y esos pocos, van a ser muchos de los políticos que han «perdido» en estas elecciones o han «ganado» pero no han podido gobernar, e incluso, muchos de quienes no se encuentran en la primera línea política ni se encuentran generando titulares o sirviendo de argumentos para las tertulias políticas en los medios de comunicación y que invaden el ruido mediático al que estamos sometidos.

La buena noticia es que nada es para siempre, que todo esto pasará pero la mala noticia es que, esto ocurrirá cuando las cosas empiecen a complicarse. Y es que, la factura de tanta mediocridad será importante y, para cuando tengamos que recomponer los trozos de nuestras sociedades, necesitamos a estas personas que, hoy por hoy han decidido ir contra corriente, anteponiendo la excelencia frente a la mediocridad. Ellas y ellos lo harán posible pero tendremos que esperar.
Es precisamente con esos políticos con los que hemos de trabajar, con quienes serán los líderes de un futuro no muy lejano, ayudándoles a superar esa mediocridad y trabajando en la búsqueda de la excelencia en la gestión política porque, cuando las cosas pinten feas, necesitaremos de esa otra clase política bien distinta a la actual, a esos que sigue queriendo aferrase al poder a toda costa.

El hecho es que nuestra sociedad pareciera que sigue dormida, pero tarde o temprano terminará por despertar. Es por eso que nuestros políticos mediocres han de aprovechar esta especie de tregua porque, los ciudadanos terminarán por despertar y, ese despertar no será gratis, porque vivir en esta gran mentira lleva aparejado un alto precio, pero esta ha sido su decisión con la ayuda, consciente o no, de la mayoría de los ciudadanos que, al final, van a tener que padecer las consecuencias de sus decisiones.
En definitiva, creo que debemos de hacer un pequeño alto en el camino y reflexionar seriamente sobre lo que nos está pasando. Sobre lo que ha ocurrido en estas últimas elecciones en España y en tantos otros países de nuestro entorno y, con ello, sacar nuestras propias conclusiones.
Puede que esté equivocado, pero les confieso que no me gusta lo que veo y pensando en los tiempos que están por llegar, como profesionales de la consultoría o de comunicación política pero, sobre todo, como ciudadanos, no podemos mirar hacia otro lado.
No vamos a espera que nuestro políticos cambien. Tenemos que ser nosotros, con nuestro trabajo diario, los que tenemos que ayudar a generar ese cambio y con ello, contagiar a nuestros clientes, a esos políticos que tampoco les gusta lo que ven y que no se conforman con lo que está ocurriendo. Ahora no podemos renunciar, somos más necesarios que nunca.